miércoles, 25 de junio de 2008

Talina en Google Maps

Talina desde el satélite de Google, para poder ver con mas detalles, hagan click en Ver mapa más grande
Desde ésta altura podemos ver la quebrada de Talina ( y como siempre sin agua).
Talina se encuentra justo debajo del globo rojo que tiene un A, y enfrente del pueblo se ve San Lorenzo y demás yerbas ... Para moverse, a lo largo y ancho del mapa, presionar el boton izquierdo del mouse(raton) y arrastrar sin dejar de presionar el boton del ratón.


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Pueblos de Potosí, abandonados

Las viejas puertas de Talina están cerradas y aseguradas con candados forrados con goma para que la lluvia escasa y el sol eterno no los oxiden mientras los dueños de las casas estén 'partiéndose el espinazo' en Buenos Aires o en cualquier otro rincón del planeta, en la conquista del sueño que los incentivó a marcharse por tiempo indefinido.
Talina es uno de los tantos pueblos envejecidos de la provincia Sud Chichas del departamento de Potosí y a varios años de los adelantos básicos de la civilización, como el agua potable y la televisión. Pero principalmente Talina es una de las víctimas del galopante fenómeno de la migración que se desangra con cada habitante que se marcha por su cuenta o alborotado por algún reclutador experto en endulzar oídos y prometer mejores días en tierras lejanas.
"Casi todos se han ido a Argentina", dice un niño con zampoña en mano, que aparece como un fantasma por esa calle de puertas cerradas, donde sólo una casa da señales de estar con vida. Por la puerta entreabierta espía una mujer vieja y sus ojos grandes revelan que está tan asombrada que da la impresión de que hasta vendería su alma al diablo por saber quiénes son los que han llegado.
A dos cuadras de ahí, en el portón de la escuela Prudencio Guillén, que soporta el peso de los años, Nora Ángelo Ortega, su directora, lanza el dato que revela la magnitud del abandono. "Hace 40 años, cuando había la fiebre del oro, en Talina vivían más de 2.000 familias, ahora sólo quedan 17 y la mayoría son viejos y niños". Por supuesto que casi ya no hay alumnos. Antes, la escuela tenía 250 inscritos, ahora sólo hay 36. La directora lamenta que no todos lleguen a pasar clases.
Es que eran otros tiempos cuando a Talina llegaba gente de otros pueblos atraída por la fama de un progreso que intentaba existir pero que nunca lo consiguió porque la fiebre del oro se apagó en pocos años, y cuando eso ocurrió, los oriundos y los emigrantes que todavía tenían fuerzas para seguir soñando empacaron sus bártulos y se perdieron por las cornisas secas del solitario altiplano.
Los viejos del pueblo cuentan que cuando Talina era considerada la capital económica de la provincia Sud Chichas, además de la escuela fiscal Prudencio Guillén, había dos colegios particulares.
Es que los colegios particulares dejaron de ser rentables porque los que se iban eran los menores en edad escolar, afirma la directora, Ángelo, agregando que lo hicieron por escapar de la sequía porque es obvio que si no hay agua, la producción agrícola será mínima y entonces escaseará la comida.
Natividad Guzmán (75) es una de las tantas madres que ha visto marchar a su hijo hacia Argentina. "Él está en Orán, se fue cuando era joven en busca de mejores días", afirma la mujer que en su casa de barro sólo tiene una cama artesanal y unas ollas colgadas que utiliza de vez en cuando, porque la soledad la arrastró hasta Villazón, donde vive con su otro hijo, que se fue de Talina pero no de Bolivia.
Para llegar a Talina desde Villazón, el pueblo más cercano, hay que subir y bajar cuatro cerros grises y trajinar durante cinco horas por caminitos enredados repletos de curvas cerradas que al conductor novato pueden marearlo y perderlo en el desierto altiplánico, por donde sólo de vez en cuando se ve caminar a personas. Cuando aparentemente sólo queda el cielo y los caminitos apretados entre los cerros y el precipicio, aparecen los pueblos casi muertos donde, a lo sumo, habitan siete o quince familias campesinas en casitas de adobe.
Villa Rosario es un puñado de casuchas donde sólo tres o cuatro tienen paredes y techos completos; el resto (no más de cuatro) se deshace lentamente ante el pasar del tiempo.
En Villa Rosario vive Odolión Chalapina (36) y su madre, Valentina (ella ya no se acuerda cuántos años tiene). Son los únicos testigos que quedan para evidenciar que el resto de la gente o se ha muerto o se ha marchado, quizá a la Argentina o al interior del país. Odolión dice que no se ha ido porque si lo hace su mamita se quedará sola y no habrá quién le friccione la espalda para calmarle el dolor que le pasea como un alacrán, justo en las horas de sueño.
Todos los pueblos visibles hasta antes de llegar a Talina se parecen: no hay uno que no tenga una casa derrumbada, o que esté cerrada con candados, o cuyos habitantes sean únicamente viejos y niños muy pequeños, porque los jóvenes han tenido que marcharse en busca de otros pueblos con vida.
Pocos minutos después de salir de Villazón aparecen las montañas achatadas que desde lejos se muestran infranqueables, pero al acercarse a ellas van apareciendo los caminos que se entrecruzan y que intentan engañar porque aparentemente no llevan a ninguna parte. Pero después de una curva cerrada, o debajo de un precipicio empolvado se hace visible una ruina como señal de que ahí existió vida humana. Lo que se ve son restos de casas de adobe con sus techos caídos.
¿Cómo saber si un pueblo era más desarrollado que otro? "Por la chatarra que aún queda en algunos lugares", dice un hombre que sube por una cuesta con una bicicleta Hércules. Se refiere a las carcazas de algún motorizado que está tendido a la entrada de lo que fue un pequeño caserío. "Si un pueblo tiene algún vehículo o lo que queda de él es señal de que los que lo habitaban manejaban recursos económicos", dice el ciclista que espera llegar a la cima del camino para volver a montarse en su vieja Hércules y correr por el camino de bajada.
Pero no todos los rincones de Potosí están deshabitados totalmente. A medida que el vehículo en el que uno viaja va llegando hacia una ruina, aparecen las cabecitas de los niños por entre los montículos de tierra, como si estuvieran jugando a la guerra, y los perros flacos ladran aunque más que por fieros pareciera que lo hacen por hambre.
La mayoría de las casas, si no están derrumbadas permanecen con las puertas cerradas y aseguradas con candados, hasta que sus propietarios decidan volver de ese viaje que emprendieron en busca de nuevos destinos. Los que quedan en los pueblos siguen luchando contra la adversidad.

Fte: El Deber